"EL PRECIO DEL ORGULLO"

7/15/20252 min read

Martha se levanta antes del amanecer. Su cuerpo está agotado, su espalda duele, sus manos están ásperas de tanto trabajar. Pero no hay opción: sus hijos dependen de ella. Trabaja en dos lugares, limpiando casas ajenas, viendo cómo otros niños tienen lo que los suyos nunca podrán tener.

Cada mañana, prepara un desayuno que intenta estirar con lo poco que hay. Su hijo mayor, Andrés, de 10 años, la mira en silencio cuando ella finge que ya comió para que la comida alcance. Su hija menor, Camila, de 6, ha aprendido a no pedir cosas que sabe que su madre no puede darle.

El padre de sus hijos sigue con su vida, sin preocupaciones, sin responsabilidades. Martha nunca lo demandó. No por miedo, sino por orgullo. Porque alguna vez lo amó. Porque no quiso rogarle nada. Porque creyó que él, por cuenta propia, haría lo correcto.

Pero no lo hizo.

Mientras Martha trabaja hasta la extenuación, él gasta su dinero en ropa nueva, en salidas, en su nueva familia. Cuando ve a sus hijos, lo hace de vez en cuando, con las manos vacías y con excusas. “Estoy complicado, cuando pueda les ayudo”, repite cada vez que Andrés le pregunta si puede darle algo para los útiles del colegio.

Andrés ha aprendido a odiarlo en silencio. Camila aún lo espera con ilusión, pero cada vez menos.

La falta de dinero no solo les roba cosas materiales, les roba oportunidades. Andrés es buen estudiante, pero sin dinero para transporte, no puede quedarse en las clases extracurriculares. Camila soñaba con tomar clases de baile, pero eso cuesta, y Martha apenas puede pagar lo básico.

Martha siente el peso de todo sobre sus hombros. A veces se encierra en el baño y llora. No por lástima, sino por impotencia. Sabe que, si hubiera reclamado la cuota alimentaria, las cosas serían distintas. Sus hijos tendrían más. Tendrían lo que les pertenece.

Pero no lo hizo. Y ahora, la culpa la consume.

El tiempo pasa. Andrés crece con resentimiento. Sabe que su madre lo dio todo, pero también sabe que su padre nunca fue obligado a darle nada. Y lo odia por eso. Odia verlo en redes sociales con su nueva familia, gastando en cenas, en viajes, mientras él usa zapatos que ya le quedan chicos.

Camila deja de esperar. Deja de preguntar por él. Aprende que no se puede contar con quien no quiere estar.

Martha sigue luchando, pero el cansancio es cada vez más grande. Su orgullo, ese que la hizo no demandar, se convierte en su castigo. Si hubiera reclamado lo que era justo, quizás sus hijos habrían tenido una vida mejor.

Pero ahora es tarde. Y los años perdidos ya no se pueden recuperar.

“creemos que elegir el diálogo por encima del ego es el primer paso hacia la verdadera justicia y la paz interior."

Justicia Consciente S.A.S.